Volver a ser niños, volver a lo simple.
A nuestra mini ciudad volvieron las risas, las caritas acaloradas corriendo por nuestros corredores, los corazones agitados de la emoción.
Con mucha felicidad recuerdo mis vacaciones cuando era una niña. Papás, hermanos, tíos, y primos esperábamos con ansias el final de la temporada escolar para por fin volver a la finca de la familia. Un lugar cálido donde las aventuras empezaban desde el momento de la llegada. Volvernos a ver, llenos de planes y con un solo objetivo: compartir. No había lujos, no teníamos que llevar ropa elegante. Al contrario, la moda la dictaban los planes, que eran: coger mangos de un imponente árbol que nos permitía treparlo sin peligros, caminar hasta que el cansancio nos cerraba los ojos y descubrir muchas veces ese río lejano que nos abrazaba con sus aguas frías. En él nos gastamos tardes enteras jugando, conversando y recordando. Los días y las noches eran muy cortas para todo lo que inventábamos que sucedería al día siguiente. Eran épocas donde la imaginación siempre le ganaba al tedio.
Luego con mis hijas las cosas cambiaron un poco. Pero siempre tuve presente inculcarles que los mejores planes resultaban de las cosas más sencillas. Si la idea era cocinar, primero teníamos que idearnos unos delantales que nos protegieran la ropa. Encontraríamos siempre tesoros escondidos donde menos pensaran, donde solo la imaginación de un niño podría llegar. Lo mismo pasaba en Halloween. Los disfraces más recordados y que más llamaban la atención cuando salíamos a pedir dulces en la cuadra eran los que hacíamos con nuestras manos. No quiere decir que los vestidos de princesas y de súper heroínas no hayan hecho parte de la historia de ellas. ¡Claro que si! Pero en una reciente tarde de álbumes y de recuerdos, la rockera hecha con mi maquillaje, la momia creada con gasa y pintura y la viejita vestida con ropa de las abuelas, superaron en nostalgia a Minnie y a la Batichica.
Por muchos años, las mejores tardes las pasamos en un arenero que improvisábamos en el patio trasero de la casa. Con baldes, palas y otros cientos de elementos, inventábamos cuentos e historias maravillosas. Era una época donde la felicidad se encontraba en lo más sencillo. Los años pasan y con ellos llegan el entretenimiento digital y las nuevas tecnologías. Calificarlas como buenas o malas no viene al caso. Son una realidad que tenemos que aprender a manejar y darles su lugar en nuestros hogares será el gran reto. Por eso hoy desde El Tesoro queremos hacerles una invitación: volver a ser niños y volver a disfrutar de lo simple. Se nos había vuelto “paisaje” cosas como sentir el aire libre, los encuentros espontáneos con los amigos, la dicha de comerse un helado en familia, los atardeceres de nuestra ciudad. ¡Es hora de volver a disfrutarlos como disfruta un niño cada minuto de su vida!
En El Tesoro estamos FELICES. Si, con mayúscula. A nuestra mini ciudad volvieron las risas, las caritas acaloradas corriendo por nuestros corredores, los corazones agitados de la emoción. Volvió el gran arenero, los planes más emocionantes que tienen listos nuestros aliados de los sitios de entretenimiento. Volvieron los niños a celebrar uno de los meses más hermoso del año y a seguirnos enseñando que en las pequeñas cosas, en las más simples, está la verdadera felicidad.
A nuestra mini ciudad volvieron las risas, las caritas acaloradas corriendo por nuestros corredores, los corazones agitados de la emoción.
Adriana González Zapata
Gerente General
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